Hoy se conmemoran cinco años del terremoto que azoto Pisco, Ica y Chincha, la cual dejo un aproximado de 600 muertos y poco o nada es lo que se ha avanzado en la reconstrucción de dichas ciudades. Muchos de los damnificados no fueron beneficiados con el bono que entrego en su momento el gobierno aprista y a eso hay que sumarle los bochornosos actos de corrupción con que se manejó la ayuda internacional.
El hombre que estuvo 25 horas bajo los escombros
Alfredo Tipacti Ventura es uno de los seis milagros que dejó con vida la iglesia de San Clemente, en la Plaza de Armas de Pisco, el 15 de agosto del 2007. Ese día el sueño se convirtió en pesadilla en los tres minutos y medio en que la tierra tembló.
Georgina Sulca Lengua, su esposa, le había convencido de quedarse. “Yo me quería ir, pero ella me dijo que esperara, Estaba con ella cuando se sintió un primer movimiento y pensamos que ya iba a pasar, pero vino el segundo y fue desastroso, porque todo se cayó. No perdí el conocimiento, estaba despierto”.
Tipacti permaneció consciente una hora, mientras escuchaba quejidos desgarradores que se iban apagando y trataba de hablar con su esposa. Mientras buscaba moverse y se daba cuenta que sus piernas no respondían. Mientras pensaba en su único hijo, se aflojaba la camisa por el calor que se siente cuando estás atrapado bajo toneladas de roca y tierra. Las fuerzas lo dejaron sin poder escuchar la voz de su esposa por última vez. “La llamé, pero no respondía. Dentro mío sabía que había muerto”. Abrió los ojos y descubrió que nada de eso era un sueño. Descubrió que los rescatistas “Topos de México” lo llamaron tras veinticinco horas de estar enterrado vivo. Que él apenas y podía responder. Que estaba en el Callao y no en Pisco. Que lo sacaron de los escombros y trasladaron a la base aérea y luego al Hospital Naval. Que le faltaban las dos piernas. Que preguntaba por su esposa y nadie le decía lo que ya sospechaba.
Daños Colaterales
El mercado central de Pisco está abarrotado. Es, en realidad, una zona llena de puestos caóticos y de ambulantes que van a ser desalojados. El olor a cebiche de un puesto anticipa el lugar donde Alfredo vende pan. Él no es panadero de vocación ni tiene un puesto. Heredó el trabajo de una esposa a la que ahora llora, al mismo tiempo que piensa en sus penurias: la municipalidad busca desalojar a los vendedores ambulantes y Alfredo está a punto de ser expulsado del lugar donde una amiga de la familia le cede un lugarcito para ganarse la vida.
“Vivo una odisea”, dice Alfredo, quien ha viajado a Lima infinidad de veces para sus terapias, guiado por un amigo que costeaba sus gastos y que lo llevaba a los estadios para ver si algún jugador de fútbol se apiadaba de su situación. Hoy su amigo tiene cáncer y está internado. Y a Alfredo le urge viajar a Lima para no ser desalojado.
Según dice, tiene que tramitar una constancia de discapacidad. Con ella podrá avalar un documento que presentará a la municipalidad para que no lo expulsen. El alcalde de Pisco, Jesús Echegaray, dijo que tiene que hacer un oficio explicando su condición. Asegura que no lo ha abandonado, que le ha ofrecido un trabajo en el municipio a su hijo. El mismo hijo por el que, cree Alfredo, Dios lo dejó vivo. El hombre en la silla de ruedas y el que manda en la ciudad concuerdan en que la situación es terrible.
El esposo que cada 15 de agosto recuerda a su esposa lamenta también haber escuchado promesas incumplidas por todas partes. Alfredo Tipacti, el panadero, está sentado en una silla de ruedas enclenque en la puerta de su casa, en el sector llamado La Esperanza, una zona en la que hay que caminar con cuidado durante la noche y parte del día. Hace un año, cuenta, se encontró con Ollanta Humala. A poco de iniciado su mandato, había visitado Pisco repitiendo la consigna de “menos palabras y más acción” que ha caracterizado a su Gobierno. “El presidente prometió ayudarme y hasta ahorita ni me llaman”. Cinco años después del sismo, Alfredo necesita ayuda.
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